Meditación para principiantes

En la vida humana hay mucho sufrimiento. El dolor es un mecanismo necesario para la supervivencia del organismo biológico, pero el sufrimiento psicológico es innecesario.

No tiene sentido sufrir porque llueva o deje de llover, porque la comida tenga poca o mucha sal, porque nuestro equipo pierda o gane, porque un hijo llegue tarde la noche del viernes o quiera ser pintor en vez de abogado, porque alguien nos haya hecho daño  o, en general, porque las cosas no salgan como quisiéramos.

Entonces, podemos dar un paso atrás y refugiarnos en cualquier excusa, o dar un paso adelante para deshacernos del sufrimiento. Un buen paso adelante es la meditación.

Sufrimos cuando nos dejamos llevar por los pensamientos. El cerebro produce pensamientos como el hígado produce bilis o la piel produce pecas. La mayoría de los pensamientos no tienen un significado especial y además son negativos y se repiten un día y otro y otro. Este parloteo mental (la mente del mono loco) nos produce ansiedad, miedo… sufrimiento.

Frente a esto, la meditación nos hace más conscientes y, cuando llega un pensamiento triste o enfadado, decimos: «ah, fíjate, ahí va un pensamiento triste», y lo vemos aparecer y desaparecer, sin dejarnos arrastrar. El hábito de la meditación nos ayuda a dejar de tomarnos en serio los pensamientos. Así es más fácil mantener la serenidad en cualquier circunstancia.

Al deshacernos de la venda en los ojos que es el parloteo mental, podemos ver el mundo con claridad.  Si aceptamos que el mundo cambia continuamente y dejamos el apego a los fenómenos cambiantes, mantendremos una actitud serena y podremos escuchar nuestra voz interior y actuar con eficacia. Y al soltar tensiones innecesarias, estaremos más relajados y podremos conectar con nuestra esencia más amorosa y compasiva.

No creo que uno deba meditar para conseguir nada: practicar la meditación como un medio para alcanzar algo (la “iluminación” o cualquier otra meta) sería una contradicción absurda. Sin embargo, cualquier práctica con el tiempo produce efectos y algunas investigaciones han demostrado que el hábito de la meditación mejora la inteligencia, la memoria, el equilibrio mental, el sistema inmunitario, la presión sanguínea, la capacidad de atención, la respuesta al estrés, etc.

Por otra parte, leer sobre meditación es poco útil, comparable a comerse la carta de un restaurante: sólo sirve la práctica, si uno siente que es buena. Hay muchas formas de practicar: observar la propia respiración, la postura, un objeto externo, repetir un sonido, hacer un movimiento suave, etc. Cada vez me gustan más las formas de meditación desprovistas de cargas teológicas, filosóficas, rituales o folclóricas, aunque hay escuelas para todos los gustos.

¿Cuánto practicar? Como cualquier otra actividad, es preferible empezar de forma suave.  Hace tiempo escribí en este blog: ¿cómo encajar esta actividad en nuestra vida apresurada? La meditación no puede ser una carga más, otro “debería” que nos obligue a presionar un horario ya sobrecargado.

Entonces, ¿cuánto tiempo dedicarle al día? ¿media hora? ¿cinco minutos? ¿un minuto? Para empezar, te propongo una forma de meditación en 30 segundos:

Sitúate: ¿qué sientes? ¿estás sentado, de pie, tumbado? Siente cómo se apoya tu cuerpo en la silla, los pies en el suelo, los brazos… ¿Estás apoyado sobre un lado, algún brazo en tensión, las piernas cruzadas, los hombros encogidos? Relájate. Toma conciencia de tu cuerpo en el espacio, del ambiente que te rodea: ¿estás en tu dormitorio, en el despacho, en un parque? ¿Qué sonidos hay, qué luz, qué olor? Suéltate. Sonríe suavemente.

Una vez situado, respira: lleva el aire despacio hasta el fondo de los pulmones, como si fueras a llenar el abdomen. Despacio, suave. Lleva la atención a tu forma de respirar; después de llenarlos, permite que el aire salga con suavidad, prestando atención a todas las sensaciones. No hay nada que hacer, sólo respirar. Tranquilo. Despacio. Respira tres veces en silencio, profundamente. Luego, vuelve a tu vida con suavidad.

No hay ningún sitio al que llegar, ya estás aquí.

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